Las casas seguían una estructura de muros y paredes de pizarra entremezcladas con calizas; los tejados de lajas negras entrelazadas sobre vigas de madera, formando ese caballete tan característico de los pueblos negros, con la chimenea cónica de dos cuerpos.
Tenían una sola planta, con cámara arriba para el grano. En los muros vanos pequeños para ventanas y a veces, adosado el horno familiar. En algunas casas, una pequeña cancela daba acceso al patio al que se abrían leñera y casa con portalillo para proteger la entrada. En otras la puerta, de dos cuerpos, daba a la calle.
Los casillos, pequeños edificios de pizarra en el barrio de abajo, con una ó ninguna ventana, de escasa altura en muros y puertas, servían de corral y de pajares; algunos han sido recuperados. En la misma zona, cortes para los cerdos (los verracos de La Vereda tenían justa fama en la Sierra Norte) y corrales para el ganado.
Algunas casas de La Vereda se distinguen por su elegancia (la casa de la villa del año 1.927) o por su objetivo de diferenciarse del resto, como la casa del secretario (de los años 50, con los dinteles de puertas y ventanas blanqueados, ) y la del albañil del pueblo, que rompió moldes al incluir balcones en la fachada.
Pero una vez más, te sugiero que te pierdas en el casco urbano, y después revivas esos momentos revisando lo que se ha escrito por los hijos de la tierra sobre este pueblo deshabitado y tan singular.
Lar-ami