Cuentan en Prádena de Atienza que una mujer siempre tenía sueño y se pasaba todo el tiempo bostezando. Cierto día en la fuente oyó a unas vecinas que decían: “Si en la mañana de San Juan, te levantas antes del amanecer y te lavas la cara con agua fresca del río Pelagallinas, no tendrás sueño durante todo el año”.
Así lo hizo aquella buena mujer y dicen que desde entonces fue la persona más despierta y lozana, más alegre y jovial del pueblo. Una gracia que le duró toda su vida. Existían tradiciones similares en el País Vasco, de cuyas gentes se pobló nuestra Sierra Norte allá por los siglos XII y XIII.
En algunos pueblos serranos de la Transierra (limítrofe con la Campiña), donde crecen olivos y San Juan es venerado, había tradición de pasar el olivo:
“La mañana del 24 de Junio, los Juanes del pueblo acudían al olivar más cercano con los niños nacidos en el año y sus padres. Un Juan cogía al chiquillo y lo pasaba por entre el hueco del olivo, siendo recibido por otro Juan, mientras musitaban unas palabras. De esta manera el niño recibía la bendición y protección del Santo.”
(En la sierra, parece que los olivos tienen varios troncos juntos, cuando es uno que se ha ido dividiendo por la acción de las piedras que colocaban los vecinos entre sus ramas para evitar que el árbol cogiese mayor altura; de ahí que todos tengan hueco).
Se recuerda la tradición en Puebla de Beleña, aunque hay indicios de que existió en Retiendas y Tortuero. Desconocemos el origen de esta costumbre.
Lar-ami