Las pandemias que azotaron España y Europa del siglo XVIII (tifus, peste, influenza, fiebre amarilla, viruela, …) obligaron al rey Carlos III a ordenar que se encalaran los interiores de iglesias y ermitas, como método de desinfección, ya que se utilizaban como hospital. Y ahora que estamos saliendo con la pandemia, es momento de contarlo.
Asimismo en 1.787 ordenó que los cadáveres se enterraran fuera de las iglesias y alrededores. Asi surgieron cementerios, que se ubicaron en las afueras de pueblos y ciudades. Algunos municipios utilizaron iglesias abandonadas (Santa María la Varga en Uceda), castillos (Medinaceli) y alcazabas (Beleña de Sorbe) como cementerios, lo que ha permitido conservar lo que aun quedaba en pié. Otros lo ubicaron junto a una ermita ya existente, que quedó como capilla y tanatorio (Puebla de Valles).
En el muro del cementerio de Almiruete hay una cruz con esta leyenda “aqui son todos iguales”, lo que no es del todo cierto. Si bien en los camposantos de la Sierra Norte de Guadalajara apenas hay sepulcros monumentales (el de Benito Ibave en Gascueña de Bornova es una rareza), conviene recordar que suicidas, judíos y no creyentes no tenían cabida en el cementerio hasta bien entrado el siglo XX.
Eran enterrados casi en secreto, sin publico. Algunos junto a las tapias del cementerio, sin señalización alguna (una cruel costumbre que se mantuvo en la guerra civil y en la posguerra). Un caso curioso es el cementerio, creado ad hoc en el lavadero de la mina de oro de Semillas: al morir el gerente de la central, americano de Boston y protestante, no había donde sepultarle, se hizo en el mismo lugar donde murió.
Lar-ami, gerente de CR La Vereda de Puebla, entre cárcavas y olivos milenarios. Todo sobre Actualidad, Costumbres, Fiestas, Mundo Rural y Paisajes y Lugares de la Sierra Norte de Guadalajara.