Un año después de la desaparición, un pescador habitual de la zona encontró un esqueleto en un paraje inaccesible y agreste del arroyo de Gazachuela cuando lo remontaba desde el Chorro. Asustado, y por no complicarse, decidió callar y se marchó a casa.
Pero tras dos días dándole vueltas, llamó al alcalde de Valdesotos y le informó del suceso. La guardia civil y el juez acudieron al lugar. Encontraron el cadáver sin ropa, puro esqueleto con algo de piel en la cara, al que faltaban las manos.
El forense dictaminó que la muerte había sido casual: “al ir a beber en el arroyo, le dio un síncope y cayó sobre el cauce; con las lluvias del invierno, fue arrastrado por las aguas”. Su estado era normal después de tanto tiempo a la intemperie y servir de alimento a las alimañas. Se identificó como el desaparecido y se cerró el tema.
La mujer no se dio por satisfecha con la versión oficial. Buscó a un joven que conocía bien la zona y le pidió que siguiera el arroyo aguas, partiendo del lugar donde encontraron al burro hasta donde estaba el cadáver. ¡Ella necesitaba respuestas!
Lar-ami