Los espíritus también tenemos sueños y nos gustaría hacerlos realidad; en esto no somos diferentes de los humanos. Hay uno recurrente que me obsesiona; permíteme que te lo cuente:
Sueño que al atardecer me dirijo hacia la dehesa con antelación suficiente para disfrutar de la puesta de sol. Avanzo por la pista despacio, recreándome en las crestas de la Sierra Gorda que quedan a mi derecha y volviendo la vista atrás para observar el pico Ocejón. Y no consigo captar tanta belleza.
En el cruce sigo de frente entre jaras. Mientras camino el cielo va cambiando y las cárcavas se diluyen en la oscuridad. Llevo el paso tan medido que llego a la cuesta, frente a la vega del Jarama, justo en el momento en que los tonos grises dominan la tarde. Ya aparece el lucero de la tarde, Venus, y comprendo que es el momento de volver.
Entonces la noche ya está conmigo y las estrellas aparecen una detrás de otra, tan despacio que casi podría contarlas. Entretenido con este menester llego al cruce y tomo a la derecha. Unos metros más allá aparecen las Pequeñas Médulas y Puebla de Valles, iluminada por la luna y unos faroles. Me recreo en el espectáculo y tomo el camino de regreso, mientras observo las estrellas aunque ya he perdido la cuenta.
Y cuando llego a la carretera de Valdesotos me despierto, con una sonrisa y con la certeza de que mi sueño se convertirá en realidad al día siguiente.
Me consta que todos podamos cumplir este sueño. Solo hay que venir a Puebla de Valles (no olvides la cámara y una linterna).
Lar-ami