La siega


Ya nos acercamos al mes de julio, tiempo de siega. Los hijos de La Ribera sembraban cereales (trigo, cebada y avena),  más para consumo propio que para vender a terceros. Por ello y por el tamaño de las besanas, esta era una tarea familiar, a veces con la ayuda a veces de un jornalero del pueblo. Como en otros muchos lugares de Castilla La Mancha.

Aquí se utilizaba la hoz gallega, con zoqueta de madera  para la mano izquierda y dediles para la derecha. En los traslados, el filo de la hoz y el cuerpo del segador se protegían con una tomiza de esparto.

Si el campo estaba lejos, los segadores dormían en el tajo; segaban desde el alba hasta la puesta de sol. El cocido de mediodía y el agua los llevaba un chiquillo en un borrico, además de las viandas para el almuerzo y la cena, lo que en Puebla de Valles suponía más de una hora de camino. Así hasta que terminaban en ese campo, lo que podía durar una semana.

Las cosechadoras acabaron con este duro trabajo; ya solo nos queda el recuerdo.

Lar-ami


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