Esta historia sucedió en una pequeña salina de la Serranía de Atienza, según me contó un lugareño que la oyó de su abuelo. Está incluida en el libro “Relatos y cuentos de de Sierra Norte de Guadalajara”
Aquel año se incorporó a la salina un chico de 12 años, pequeño pero fibroso. El primer dia estuvo muy comedido, siguiendo el consejo paterno. Sus compañeros confundieron prudencia con apocamiento y empezaron con las chanzas. Le contaron que había un tipo de ratón que vivía en la salina y lamía los terrones de sal, que los enloquecía. Era el ratón de la sal.
Se alimentaban de lo que podían, pero tenían predilección por las meriendas: pan, chorizo, tocino, queso, … Cuando fueron a almorzar, al pan del mocito le faltaba un trozo y el chorizo estaba mordido. Seguro que ha sido el ratón de la sal, dijo un salinero entre risas. No pasa nada chaval, estos bichos están sanos; sanéalo con la navaja y para dentro. A vosotros no os la ha tocado, ¿por qué? Es que nuestras talegas huelen a sal; ¡estos animales son muy listos! dijo entre risas. Al joven no le convenció, pero calló.
Al dia siguiente se repitió la escena, pero no dijo nada, ante las risas de sus compañeros; sacó la navaja, saneó lo que quedaba y comió. Mientras recogia dijo en voz alta: es la segunda vez que este jodido ratón mordisquea mi comida. Será la última. Al dia siguiente el aprendiz activó una trampa en la talega, le colocó un trozo de queso de tal manera que al meter los dedos, saltaba. Cuando fueron a almorzar, la merienda estaba intacta y la trampa saltada.
El chiquejo observó que un compañero tenía una uña ennegrecida. Inocentemente preguntó que le habia pasado. Na, un golpe con el rastrillo, dijo … y el ratón de la sal, ¿te ha tocado la merienda? No, ya os dije ayer que sería la última vez. Ojo chico, no te confies, que estos bichos saben latín, dijo otro siguiendo la broma. No se atreverá, respondió. Cualquier dia pongo beleño en el condumio y el ratón aparecerá muerto en un rincón.
Pero muchacho, eso es muy peligroso, te puedes envenenar tu también, dijo el de la uña negra. Tranquilo, sé como hacerlo. Mi padre me enseñó a utilizarlo contra las alimañas. Los salineros recogieron en silencio las bolsas y volvieron al tajo. El muchacho lo hizo con una sonrisa y con la certeza de que el ratón de la sal nunca más tocaría su almuerzo.
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