Una planta tan importante en la Edad Media que dio nombre a un lugar de la Sierra Norte (Beleña, campo de beleños) y posteriormente a un Señorío (Señorío de Beleña), bien merece que le dediquemos unas líneas.
El beleño es venenoso (está en el catálogo de plantas tóxicas), mágico (tiene forma humana y, según la leyenda, grita al ser arrancada hasta hacer enloquecer al sujeto; por eso amarraban un perro al tallo antes de hacerlo) y alucinógeno… sobre todo para las brujas. Una cita del siglo XV (recogida por D. Antonio Escohotado) afirma que ”el vulgo cree y las brujas confiesan que en ciertos día untan un palo y lo montan para llegar a un lugar, o bien se untan ellas mismas bajo los brazos y en otros lugares donde crece vello y a veces llevan amuletos entre el cabello”.
La tradición del mundo rural cuenta que las brujas volaban; untaban su cuerpo con el jugo del beleño y creaban la sensación de volar (en las brujas) y de que levitaban (así la veían los asistentes). Una razón más para que fueran perseguidas por la Inquisición hasta el siglo XIX.
Pero el auténtico vuelo se producía cuando untaban el palo de una escoba con el jugo del beleño (que obtenían machacando la planta) y se lo introducían por la vagina, frotándose repetidas veces. Así conseguían orgasmos múltiples y prolongados, que les hacían sentir que volaban … a lomos del palo de una escoba.
Lar-ami