Los romanos Estrabón y Marcial describen Celtiberia como tierra áspera, montañosa y en general estéril, con fuertes heladas, abundantes nevadas y azotada por el viento norte, el cizicus (cierzo). Un magnifico trabajo del historiador D. Alfredo Jimeno Martínez, “Las ciudades celtibéricas de la Meseta Oriental” nos aporta datos muy interesantes para conocer como vivían nuestros ancestros de la Sierra Norte.
Su fuente de riqueza era la cría de cabras y ovejas; con su lana se hacían ropas, entre las que destaca el sagum (especie de túnica de una pieza, de color pardo o negro) muy apreciado por los romanos. Criaban asnos, mulos y caballos (con fama de rápidos) y cazaban ciervos, jabalíes, liebres, conejos, osos y lobos. La agricultura estaba poco extendida en esta sierra, donde escaseaba el cereal: trigo cebada, mijo, centeno y avena. Se cultivaba también habas, veza y almortas (esenciales en nuestras gachas). La dieta se completaba con frutos secos, sobre todo bellotas. Se han encontrado restos de harina de trigo, cebada y bellotas.
Inicialmente la sociedad celtibérica se estructuró en clanes familiares con uso colectivo de la tierra y un conjunto de prácticas religiosas, deberes y derechos que obligaba a todos. Los clanes se agrupaban en tribu, que a su vez podían confederarse constituyendo lo que se conoce como los celtíberos. Al inicio (siglo VI a.c.), los poblados en la sierra eran tipo castro, con sistemas defensivos aprovechando el terreno. En llanuras y valles, se asentaban en pequeños cerros de fácil defensa. Conocían el uso de la sal y del acero, explotando minas de hierro (Moncayo) y salinas. En el siglo IV a.c. se extiende el comercio con el Levante y la población se concentra en núcleos mayores, apareciendo las ciudades a finales del siglo III a.c.
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