Hace unos días disfruté de un video sobre las Cuevas de Lascaux, una joya del Arte Rupestre, donde se explica con detalle las pinturas y como se realizaron. El artista, para iluminar la estancia, ponía sebo (grasa animal) con hierbas secas en un cuenco de piedra y le prendía fuego.
Del mismo modo que los pueblos negros iluminaban sus casas hasta la llegada de la electricidad, pero con una diferencia de 17.000 años. En los pueblos de La Ribera se utilizaban candiles de aceite, siendo tachados de ricos por las gentes de la Sierra que bajaban a recoger aceitunas como temporeros.
Pero no era verdad; había casas donde el aceite escaseaba y no daba ni para alimentar a la prole. Algunos niños salían de casa con un mendrugo de pan (cuanto más duro mejor) en el bolsillo, con la esperanza de poder acompañarlo de algo sabroso.
A veces se acercaban a las tabernas y, en un descuido del camarero, metían el pan dentro el candil absorbiendo gran parte el aceite y apagando la llama. El chaval conseguía merendar pan con aceite calentito, además de una bronca del tabernero (o de una colleja, si no conseguía escapar a tiempo).
Así me lo ha contado quien vivió estas experiencias y se deleitó con estas meriendas que le supieron a gloria. Sea este nuestro pequeño homenaje.
Lar-ami