La iglesia de Puebla de Valles tenía dos poderosas campanas de bronce y un campanil, con un sonido potente que llegaba hasta los límites del término (algunos dicen que hasta Valdepeñas de la Sierra). Se destruyeron en la guerra civil; arrojadas desde el campanario, sus trozos fueron utilizados como metralla.
Su último campanero fue “El Gallo”, que nació en una casa situada justo donde hoy está La Vereda de Puebla, que protejo y guardo. Dicen que cobraba un duro de plata al año y que dominaba todos los toques; al alba, de misa, a oraciones, a vísperas, a fiestas, a difuntos, a tormenta, de perdidos, …
La noche de difuntos, el campanero ponía en la iglesia una mesa con un mantel negro junto al altar. Encima colocaba una calavera y huesos auténticos, alumbrada por dos candelabros de plata a los lados, mientras tocaba a clamores toda la noche. Cuentan que en cierta ocasión, cuando pasaba hacia el campanario tropezó con la mesa de difuntos, cayó encima y se quedó a oscuras. ¿Se imaginan la escena?
Por el contrario, en Semana Santa (de jueves a domingo) las campanas no sonaban en señal de luto. En su lugar se utilizaba una carraca que se tocaba por las calles. Lamentablemente el arte de tocar las campanas se ha perdido, si bien hay interesantes esfuerzos por recuperar la tradición y documentar lo que queda.
Lar-ami