Durante generaciones las mujeres de La Ribera bajaban al lavadero, lugar de encuentro de mozas y casadas (como la fuente) y vedado a los hombres. Allí se hablaba de lo divino y de lo humano, se compartían noticias y chanzas, y se estrechaban relaciones. Las mujeres procuraban ir cuando lo hacían sus amigas, o elegían el día propicio para recibir noticias y/o averiguar aquello que le interesaba.
Pero trabajaban muy duro: desde bajar la ropa sucia, lavarla con el agua fría, restregarla sobre la piedra, tenderla al sol para secarla y subirla a casa se les iba el día. De casa llevaban el jabón, las cenizas (se echaba en remojo con la ropa para quitar la grasa) y el barreño donde se calentaba el agua en el que sumergían las manos para combatir el frío, método ineficaz frente a los sabañones. Los chiquillos mantenían el fuego vivo.
Las mujeres de Muriel y Beleña bajaban al Sorbe (aunque en invierno iban a la fuente de Doña Urraca con el agua más “templá”). Las de Puebla de Valles y Retiendas iban al Jarama. En otros pueblos bajaban al arroyo, y donde no había (Puebla de Beleña, Tamajón, …) acudían al lavadero construido para tal fin.
Afortunadamente el progreso acabó con este penoso trabajo, pero también con ese lugar de encuentro exclusivo de las mujeres.
Lar-ami