En Guadalajara hay tradición de tejeros ambulantes. En un acta de Uceda de 1.849 un hombre ofrece un instalar un tejar temporal, cobrando 10 reales la teja y cediendo 200 unidades de cada hornada. Un trato parecido regulaba la actividad del tejero de Cerezo de Mohernando que hasta los primeros años de la posguerra recorría La Ribera (el Sr Valentín y sus hijos).
En un sitio con buena arcilla, agua abundante y bien comunicado, instalaban el chozo y el horno: en el Navajo de las Casas (Puebla de Valles) y en el Charco de los Adobes (Valdepeñas). La arcilla se mezclaba con agua y el barro se batía con caballerías. Con un molde (galápago) hacían las tejas que ponían a secar en el tendedero hasta tener suficientes para una hornada (entre 1.000 y 1.500).
El horno lo construían aprovechando un desnivel del terreno. Utilizaban jara por su alto poder calorífico, que los chicos del pueblo recogían y vendían al tejero. La cocción duraba 24 horas, luego se dejaba enfriar varios días antes de sacar las tejas, que se apilaban para su venta posterior.
La fabricación era artesanal: la marca de los dedos y las imperfecciones se ven a simple vista. La finura de un tejero se medía por la dureza y el grososr homogeneo de sus teja. Y este era bueno: sus tejas aún cubren muchas casas.
Lar-ami