Hasta la llegada de la electricidad en los años cincuenta, La Ribera se alumbraba con candiles (en la Arquitectura Negra con sebo). El funcionamiento era simple: un algodón liado en forma de cuerda se colocaba con un extremo en un hoyuelo con aceite y el otro en el exterior, al que se prendía fuego. La llama consumía el aceite y daba luz.
En el exterior se usaban faroles, candiles de mano con un cristal que protegía la llama del viento. Las calles quedaban a oscuras y daban lugar a anécdotas como esta:
“Dos hermanos, chico y chica ya talluditos, coexistían en la misma casa. Una noche cerrada el hombre tropezó de frente con su hermana en la calle y a resultas del golpe, el amaneció con el ojo morado y ella con un buen chichón. La una comentó que se dio con una olla de la cocina y el otro dijo que se golpeó con una puerta. Desde entonces se les conoció como cabeza de hierro”
La imaginación ha creado una variedad infinita de candiles y faroles de singular belleza.
Lar-ami